Ser o no ser. El dilema de la maternidad y congelar óvulos.
Nos hemos centrado durante generaciones en enseñar a las niñas estereotipos camuflados de lecciones de vida. Al menos hasta hace pocos años, se daba por sentado que las pequeñas debían empezar desde muy temprana edad a jugar con muñecos que simulan ser bebés, para irlas preparando para cuando sean mamás. Los familiares mirarían con ternura y temprano orgullo a esa pequeña retoña quien, con ilusión y contento, acepta el regalo y asimila su rol de madre con apenas tres años de edad. Desde antes de ser capaces de formular un pensamiento lógico e hilado, hemos ido cultivando la idea de la maternidad en nuestra mente.
Es ya una conversación extendida aquella que compara los tiempos que corren con cuarenta o cincuenta años atrás. Lejos queda la imagen de la mujer que contrae matrimonio joven, se embaraza antes de la treintena y goza de una casa repleta de retoños que crecerán al ritmo de Mecano y los Backstreet Boys mientras prepara copiosas comidas y deja la casa impoluta.
La mujer de hoy en día tiene prioridades diferentes. La mujer de hoy en día estudia, y no solo para profesiones tradicionalmente consideradas femeninas, sino que también irrumpe en aquellas en las que predominan los hombres. La mujer de hoy en día se especializa, emprende su negocio, corta relación con aquella pareja que no le completa porque, como bien sabemos; las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan.
Vivimos en medio de una revolución de género que será estudiada en décadas y se hablará sobre cómo la mujer aprende a decir no, cómo se intenta equiparar al hombre en un mundo laboral despiadado, escalando telarañas tejidas siglos atrás. Sí, el avance puede ser maravilloso, pero escalar en un mundo que apenas ahora se está empezando a adaptar a la mujer moderna acarrea el muy comentado retraso de la maternidad.
La duda y la falta del timing perfecto, ¿qué conllevan consigo?
Tras toda esta revelación de género que encontramos a día de hoy, surge la cuestión del retraso de la maternidad. Los estudios, el no tener pareja estable, la falta de oportunidades laborales o el afán por centrarse en la carrera profesional, generan que la mujer de hoy en día no se plantee ser madre antes de la treintena… y ello puede convertirse en un problema. Pocas mujeres son conscientes de que los óvulos son limitados, que nacen con una cantidad fija que irá disminuyendo a medida que llegue la pubertad, y que su calidad irá menguando conforme avancen los años. Una mujer de treinta años tiene óvulos de su misma edad, y una de cuarenta y seis, también. De la misma forma que la senescencia celular genera que aparezcan arrugas en el entrecejo y que la piel ceda ante la gravedad, los óvulos sufren el paso del tiempo igual que el resto del cuerpo. Del mismo modo que el cuerpo no resiste igual que en la veintena, los óvulos no serán lo mismo a medida que pasa el tiempo.
Si no sé si quiere ser madre, o lo quiero ser pero no sé cuándo… ¿qué se puede hacer?
De momento, no hay ninguna máquina del tiempo que nos permita volver al futuro ni pasear en el pasado. Lo que sí se permite es la posibilidad de congelar los óvulos, que ha supuesto una revolución, dado que implica congelar el tiempo y el paso de los años para que, de caras al momento de buscar embarazo, se pueda recurrir a los gametos propios en caso de que no ocurra una gestación espontánea. Es decir, si no se consigue el embarazo de forma natural por causas relacionadas con la mujer y una posible pérdida de calidad de sus ovocitos, ésta siempre podrá recurrir a aquellos que tiene congelados para poder inseminarlos con el esperma de un donante o de una pareja, y crear embriones.
Puede que sí podamos viajar un poco hacia atrás en el tiempo. ¿En qué consiste esta técnica?
Se trata de un tratamiento bajo el cual una se deberá someter a una estimulación ovárica similar a la de la fecundación in vitro, puesto que la finalidad inicial será la misma: intentar obtener cuantos más ovocitos, mejor.
Se deben realizar diferentes pruebas con tal de comprobar que la situación de la mujer interesada sea idónea para poder iniciar el tratamiento. Una vez se da el visto bueno, se da inicio a la estimulación una vez inicia el ciclo menstrual: inyecciones hormonales que harán que cada folículo (película que recubre al óvulo) vaya creciendo, hasta convertirse en un posible candidato a ser aspirado durante la punción folicular. Suelen ser unos diez o doce días de inyecciones, ecografías y analíticas hormonales, hasta que llega el gran día en el que se produce el pick-up ovocitario, que dura apenas veinte minutos y requiere una recuperación ambulatoria de apenas dos horas. Tras este proceso de unos quince días de duración, y si todo va bien, los ovocitos quedarán congelados (a -196º) hasta nuevo aviso.
No obstante, se ha de ser consciente de que es una técnica que se aconseja idealmente para mujeres menores de 35 años, y en muy pocos casos se acepta alrededor de los 40.
“Vives, naces, te reproduces, y mueres.”
Hace pocos meses, Jennifer Aniston concedió una entrevista en la cual admitía haber tenido problemas para concebir durante años, y comentaba que daría lo que fuera por que alguien le hubiera aconsejado congelar sus óvulos. Explicó cuánto luchó contra la infertilidad y lo mucho que sufrió durante el final de su treintena y sus cuarentas. Su personaje por el cual se hizo tan conocida en la serie televisiva Friends, Rachel, no quería quedarse embarazada y acabó dando a luz a Emma, su única hija. Jennifer, por el contrario, cuando quiso tener hijos, no tuvo la posibilidad de quedarse embarazada por sorpresa.
La maternidad se da por sentado en muchas ocasiones. La tenemos tan integrada en el cerebro, que se convierte en algo intrínseco, que obviamos, que damos por hecho igual que respirar; es un acto reflejo. Tanto como si una mujer quiere ser madre o no, como si no sabe si quiere planteárselo siquiera, no deja de ser la obviedad más antigua y lógica que podemos tener instaurada, como lo es la procreación humana.